Lluvia salvadora
Me levanto legañoso, preparo mi cortado mañanero en la
Tassimo bordo, mientras Tom y Fionna me saludan exigiéndome comida, me
persiguen hasta que les lleno el cuenco con el pienso para gatos. Me siento y
reviso las portadas de los periódicos en cinco pulgadas, más de lo mismo.
Pronostican lluvia, así que seguro trabajamos dentro, la
construcción te consume lentamente y el cuerpo te lo hace saber. Sin agua toca hormigón, con ella pintar y es jueves, pues que llueva todo lo que tenga que
llover.
Las manos sostienen la taza a duras penas, están molidas por
el martillo percutor de ayer, el cual también se cargó una parte de mi
audición. El sorbo del feca me hace levantar y escucho el comienzo de la lluvia
salvadora; a las rodillas le falta un engrasado, sus rodamientos crujen cada
vez más fuerte.
Dispongo el bocata para el desayuno, cargo el termo con agua
caliente y reviso si queda yerba en el táper. Paso por última vez al baño y al
mirarme al espejo me devuelvo una sonrisa cómplice. La espalda se sacude con la
mochila llena de herramientas y salgo a enfrentarme a mi destino singular, como
uno más en este mundo.
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